ALDEIRE.- Aunque se haya hecho esperar, el otoño ha despedido los calores y por fin ha llegado a uno de sus reinos indiscutibles: la arboleda de Aldeire, una pequeña población de la comarca del Marquesado del Zenete, cerca de la obispal Guadix, que atesora uno de los más hermosos castañares, plantados seguramente durante la romanización de España y que ha perdurado gracias a un exacto equilibrio vegetal.

No es Aldeire desde luego el único sitio donde alumbra con su luz lluviosa y melancólica la estación que salta del equinoccio al solsticio, pero pasear por su castañar, formado por árboles de entre 200 y 400 años que han resistido gracias a un entorno húmedo perfecto, es una experiencia que congrega todas las sensaciones que solemos relacionar con el otoño: escalofrío íntimo, explosión de colores atenuados que compiten en belleza sin repetirse, hojas que tapizan los caminos y árboles decorados con musgos acuosos.

A Aldeire llegaremos tras saludar desde la carretera al cinematográfico Castillo de La Calahorra. La ruta, una vez en el pueblo, consta de un recorrido sencillo, bien señalizado y corto, aunque se puede ampliar hasta los ocho kilómetros si optamos por el recorrido circular en vez del lineal.

Paradójicamente los primeros árboles, los más cercanos a Aldeire, son nogales, ejemplares de porte ciclópeo que se levantan junto al cauce del río Benéjar, que nos acompañará en la ruta. La Rosandrá, un poco más adelante, es el área recreativa del bosque: barbacoas, columpios y demás elementos para una jornada familiar, aunque lo verdaderamente asombroso está un poco más alejado.

Puente colgante sobre el Benéjar
Tras cruzar el famoso puente colgante sobre el Benéjar, el caminante entra en un paraje de cuento. Los antiguos y señoriales castaños irrumpen por todos lados y comparten espacios con serbales y álamos. Otoño, otoño y otoño. En este punto es imposible encontrar un indicio que pruebe que estamos en un bosque del sur de España.

Si viéramos pasear a la Santa Compaña o fuéramos asaltados por Fendetestas, el bandido de buen corazón que Alfredo Landa interpretó en El bosque animado, no nos quedaría más remedio que admitir que un ser sobrenatural nos ha traído en volandas a la Galicia que noveló Wenceslao Fernández-Flórez. O que estamos en el corazón de un Aldeire gallego huido de una estación bella e inmensa que abarca todos los otoños del mundo.

Ya solo nos restaría perdernos por la fantasía del bosque animado y seguir hacia El Horcajo siguiendo el PR-A 333 que asciende hacia el puerto de La Ragua. Y si queda fuerza, visitar los Baños Árabes o el Castillo de la Caba en pleno proceso de restauración.

(Texto: Turgranada; Foto: Marta Corral)

 

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