GRANADA.- No toda el agua que refresca y moja los veranos está en el mar ni es salada. Tampoco los chiringuitos son el refugio exclusivo del veraneante. Hay otros continentes líquidos y otros espacios más agrestes para celebrar la naturaleza con la promesa de la belleza pura y del frescor: ríos, pozas, albercas, afluentes o charcas mansas donde acuden las aves. Esta es una muestra de esos espacios casi secretos.

Cerrada de Castril
El paseo por la Cerrada de Castril -un circuito de apenas dos kilómetros sobre unas pasarelas de madera encastradas en las paredes rocosas del cañón del río Castril, en la zona suroccidental de la comarca de Huéscar- es quizá el más hermoso y elemental recorrido fluvial de la provincia.

Abarca casi todas las emociones que cabe imaginar. El vértigo sobre la pasarela bajo la que discurre un cauce burbujeante; el puente colgante que reta el equilibro y una galería excavada en la roca que transforma la luz en una penumbra fresca.

El sendero, que parte del casco urbano, atraviesa diferentes tramos que multiplican las sorpresas en forma de cuevas, puentes y vegetaciones y que tientan al senderista a descender al agua y premiarse con un chapuzón frío y virgen.

Y dos referencias literarias: al principio, un jardín que lleva el nombre de las memorias del poeta Rafael Alberti, La arboleda perdida, y el candor misterioso que planea sobre el entorno de uno de sus visitantes predilectos, el Premio Nobel portugués José Saramago, autor de los Poemas imposibles.

 

 

Tajos de la Hoz
La ruta del Gollizno, junto a los Tajos de la Hoz, es un circuito de unos ocho kilómetros y tres horas de recorrido que trasciende el paisaje -bellísimo, fresco, perturbador- y se adentra no solo por los senderos que rodean el tajo o por los puentes y espesuras sino también por la historia de Moclín y su fortaleza, construida en la época del sultanato nazarí del Reino de Granada.

El paseo es circular, apto para todas las edades, de fácil recorrido, aunque la vuelta, empinada, requiere paciencia y fuelle hasta recuperar la plaza de Moclín. Merecerá la pena, sin duda. La ruta es cambiante, según la estación del año, aunque la belleza es permanente y la sorpresa natural espontánea y persistente.

La escarcha y la frialdad de las aguas en invierno se transforman en frescor húmedo y agradable en verano. El tramo más llamativo es el que discurre por el tajo de la Hoz, un valle sinuoso por donde serpentea el río Velillos por el que hay que descender mediante pasarelas aferradas a las rocas. Chopos, granados y olmos de ribera acompañan al paseante por el cauce hasta la Presa de la Luz y la Fuente La Corcuela.

Río Verde
Si hay un lugar en la provincia que reúne las mejores condiciones para practicar el descenso por los cañones es la ruta de Río Verde, un sendero situado en Otívar, en la Sierra de la Almijara, a pocos kilómetros de la playa de Almuñécar.

El río fluye por un terreno accidentado repleto de retos naturales para los senderistas más atrevidos, tanto que, por motivos de seguridad, es necesario un permiso y contratar como ángel de la guarda a alguna de las empresas que ofrecen rutas organizadas. Y es que el recorrido no es sosegado. Es más, el desasosiego es su atractivo principal: puentes colgantes, saltos de agua, escarpaduras y barrancos que el aventurero tendrá unas veces que rapelar y otras salvar a nado.

La actividad tiene una duración media de cinco horas y es necesario llevar traje de neopreno, cascos, arneses y calzado resistente al agua que proveen las empresas que guían la aventura. ¡Barranquistas del mundo, uníos en el Río Verde!

(Texto, foto y vídeo: Turgranada)

 

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