TORRENUEVA COSTA.- Si las distancias entre las estrellas, sean las astrofísicas o las gastronómicas, son vertiginosas, la misma sensación de inquietud aventurera se puede experimentar sin subir tan alto: en la Costa Tropical.

Basta con viajar por las N-340 a Torrenueva Costa, tomar la salida 336 de la GR-16, luego la primera salida de la rotonda en dirección al Peñón de Jolúcar y en un segundo pasear por el mayor puente colgante de la costa mediterránea española de reciente construcción (fue estrenado el pasado verano).

Pero, ¿por qué no en invierno, por qué no tentar las emociones fuertes que atesora la costa cuando bajo los acantilados rugen las olas y el mar se embravece con sus barbas de espuma y el atardecer se adelanta? Nadie lo dude: ha llegado la hora de visitarlo.

El puente forma parte de un trazado sencillo de 10 kilómetros que empieza y termina en la Torre Atalaya de Torrenueva Costa y con el aliciente de desafiar la atracción del vacío. El puente de Jolúcar -que ha heredado el nombre de uno de los núcleos más poblados en la década de los sesenta del siglo pasado- es la pasarela que une la zona urbana de Torrenueva Costa con el sendero PR A-420, que lleva al nuevo mirador del Honderón y a la playa de La Joya.

Paleta caleidoscópica
Desde sus 32 metros de altura ante el viajero se abre una poderosa panorámica del Mediterráneo que al atardecer se transforma en una paleta caleidoscópica de un atractivo tan extraordinario como variable. Como si el mar y el cielo se confabularan para saturar los ojos y el alma de colores desgarrados.

Pero si el Sol y las nubes sosiegan el espíritu, la visión del acantilado a través de las cristaleras instaladas en el suelo produce un mareo gozoso que el propio mar se encarga de amortiguar al fondo de la caída.

Es una turbación que dura un instante, lo que tarda el cerebro en saltar del vacío a la seguridad del puente, que permanece abierto de siete de la mañana a una de la madrugada. Y de noche está iluminado.

(Texto y foto: Turgranada)