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A finales de febrero de 2009 tuve la suerte de visitar Chile por primera vez. Llegué en pleno verano austral, tras dejar en Madrid uno de los inviernos más crudos de los últimos veinte años, y no tardé mucho en comprobar en primera persona la influencia de España en ese estado sudamericano desde el siglo XVI. Unos 10.700 kilómetros separan a ambos países.

Nunca olvidaré el calor que experimenté al bajar del avión en Santiago. Esa impresión es difícilmente narrable. Hay que vivirla para sentirla. No basta con que otro te la cuente. Igual me ocurrió al probar el pisco sour (la bebida nacional), degustar un barros luco (bocadillo a base de carne a la plancha con queso caliente), el pastel de choclo (maíz) o locos con mayo (marisco del Pacífico con mahonesa).

Emocionante también fue visitar el despacho reconstruido de Salvador Allende en el Palacio de la Moneda; las casas de Pablo Neruda (Isla Negra en la costa; La Chascona en Santiago o La Sebastiana en Valparaíso) o uno de los ascensores de ‘Valpo’ (Valparaíso para los chilenos). Por poner solo unos ejemplos de lo que cualquier turista no debe perderse en ese país, cuyo nombre en lengua aymara significa «Final del mundo»…

Recuerdo hoy con agrado mi visita a uno de los ‘cafés con piernas‘ del centro de Santiago, donde simpáticas señoritas, ligeritas de ropa, sirven amablemente esa bebida al visitante, así como la subida en teleférico al Cerro de San Cristóbal o los paseos por La Alameda o por los barrios de Bellavista o Bellas Artes. La presencia de carabineros (‘pacos’ para los locales) en la calle de cualquier ciudad hace que los foráneos se sientan seguros allí, tanto como si estuvieran en su propia casa.

Azul y bravío
De la costa de la Región V, la que visité, me quedé con las imágenes de un bravío Pacífico, de color azul intenso, rompiendo con rabia contra las rocas, y las que ofrecía la noche, con un cielo limpio, claro y muy estrellado.

Pude comprobar igualmente el fenómeno astrológico de ‘Las Tres Marías‘. Como su nombre indica, se trata de tres estrellas brillantes que están ordenadas en línea y que no se pueden contemplar desde el hemisferio norte.

Mi visita a Viña del Mar fue más breve, aunque tuve tiempo de ver su famoso reloj de flores y su paseo marítimo. Esos días la ciudad estaba revolucionada con la celebración de la cincuenta edición de su Festival de la Canción, evento cultural que pone fin al verano chileno.

Asimismo, recomiendo visitar Quilpué y El Totoral, dos municipios del interior y muy próximos a Viña y a ‘Valpo’, donde también se detecta la esencia de un pueblo que se desvive por atender al visitante…. Bien por eso.


El regreso
Y como todo lo bueno es breve, el tiempo se fue volando. Llegó la hora de la partida y yo regresé a mi país también por el aire. Por supuesto con ganas y deseos de volver lo antes posible, lo que hice más veces en los años siguientes.

Ahora, cuando miro para atrás, recuerdo también que la Cordillera de los Andes me dio la bienvenida un lunes y me despidió otro lunes, el siguiente, con su mejor cara, gracias a los rayos de un Sol radiante.

Nada más llegar a mi despacho de Madrid y a mi invierno en aquella ocasión, hice mías las palabras que Ismael Serrano canta en ‘Vine del norte’: “…y en Santiago tantas cosas, hoy me muero por volver”.