Project Description

Llegamos a Tuvalu en uno de los dos vuelos que aterrizan semanalmente en el único fragmento de cemento premeditado que hay en todo el país. El viento soplaba de frente y el piloto, que conocía los aires locales, me contó con la misma ilusión que el que vuelve al hogar tras una ausencia larga, que le gustaba hacer esa curva en el aire, con mucho swing, para engañar al viento frontal y aterrizar repentinamente en un momento de viento cero. Como un break en una big band. Desde las ventanillas del avión ya habíamos visto llegar a los tuvalenses a la pista de aterrizaje armados de tenderetes con collares de conchas, pulseras de semillas y cestas de hojas de palmera para tratar de impresionar al viajero. Cuando la puerta del avión se abrió al aire caliente, los cuatro o cinco puestos estaban perfectamente alineados y la totalidad de Tuvalu, salvo quizás algún anciano o expatriado, estaba desplegada por aquí y por allá en la pista, en la hierba, en cualquier ubicación con visibilidad.