BARBATE / Nacho Sánchez, Condé Nast Traveler.- Zahara de los Atunes es sol, es pasear por la orilla atlántica, es naturaleza. Es atún, carne de retinto, pescado fresco. Y fuera de temporada es también absoluta tranquilidad a lo largo de su kilométrica costa de enormes playas.

Un café. Un largo paseo por la orilla del Atlántico. Horas que pasan sin prisas con un libro entre las manos. Un sol que calienta pero no quema, algo de viento y mucha, muchísima paz. Zahara de los Atunes muestra su cara más auténtica en otoño, cuando los lugareños recuperan su espacio.

El turismo abandona el lugar y apenas quedan quienes pueden disfrutar de sus vacaciones fuera de temporada. Son los más afortunados, que se encuentran enormes playas vacías, restaurantes donde la gastronomía local se saborea sin prisas y la sensación de que el reloj avanza más despacio. También días soleados que, incluso en noviembre, invitan a tumbarse en la playa hasta el atardecer.

“En otoño Zahara está más que tranquila, es un gustazo», cuenta Mauro Basile, artista que pasa nueve meses cada año en la localidad. En 2011 puso en marcha Me Piace junto a la argentina Eva Rolón, un pequeño establecimiento donde venden sus creaciones: cerámica, ilustraciones, bolsos, camisetas o cuadros son algunas de ellas, que siempre tienen al mar y sus habitantes como protagonistas.

Especialmente el atún, que lo mismo sale de una lata de conservas que se hace un selfie en un bonito paisaje. El establecimiento abre hasta mediados de octubre, pero a Basile se le puede encontrar hasta finales de año en Sotto Scala, otra pequeña tienda que también hace las veces de taller. «El invierno es ya otra cosa, por eso suelo irme dos o tres meses, pero el otoño es una estación perfecta para vivir Zahara», asegura el italiano (Leer más)