De Flandes a Bruselas: la ruta del emperador Carlos

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Adornando fachadas de edificios históricos, cincelado en espectaculares chimeneas, enraizado en fiestas populares y tradiciones que todavía perduran o en festivales de nuevo cuño, retratado en admirables vidrieras e, incluso, en carátulas de renombradas marcas de cerveza. Bélgica no se ha olvidado de Carlos V y recorriendo su región natal, Flandes, y la ciudad donde más tiempo pasó, Bruselas, el viajero puede recrear buena parte de su vida y, al mismo tiempo, disfrutar de una ruta que, en apenas cuatro o cinco días, le llevará por algunos de los rincones más bellos del país.

Desde el mismo aeropuerto de Bruselas, un tren nos conduce hacia Brujas en una mañana plomiza (el tiempo no es negociable) en apenas hora y media. Nada más poner un pie en sus calles empedradas, la ciudad te sumerge en un ambiente medieval que te cautiva sin remedio y que te invita a caminar sin descanso. Dos torres descuellan por encima de todo el entramado urbano: el Belfort, símbolo de la autonomía municipal, y, sobre todo, la torre de la iglesia de Nuestra Señora, que desde sus 115 metros de altura domina todo Brujas.

Recorriendo su región natal, Flandes, y la ciudad donde más tiempo pasó, Bruselas, se puede recrear buena parte de su vida

El templo está muy vinculado con el emperador Carlos, pues allí está enterrada su abuela materna, María de Borgoña. Él mismo, en su primer testamento, de 1522, quiso ser enterrado aquí si la muerte le sorprendía en tierras flamencas. En una urna junto a la tumba de su abuela reposa también el corazón de su padre, Felipe «el Hermoso», trasladado hasta Brujas tras su muerte en Burgos, en 1506, siguiendo la tradición borgoñona.

En la majestuosa plaza Burg, el corazón administrativo de la ciudad, las estatuas de Carlos y de Felipe II se encuentran entre el medio centenar que jalonan, en cuatro hileras, la fachada gótica del Ayuntamiento (el tercero y el cuarto, de izquierda a derecha, situados en la segunda fila contando desde abajo), aunque las originales no sobrevivieron a la Revolución francesa. A un lado, haciendo esquina, se encuentra la basílica de la Santa Sangre. A la derecha de la entrada principal, Carlos y su esposa, Isabel de Portugal, nos contemplan desde dos medallones.

En una iglesia de Brujas está enterrado el corazón de su padre, Felipe «el Hermoso»

También en la misma plaza, la sede del antiguo Franconato de Brujas (Brugse Vrije) custodia el que, seguramente, es el legado más sorprendente de Carlos V en la ciudad: una espectacular chimenea de roble, mármol y alabastro que Lanceloot Blondeel dedicó al emperador en 1528 por liberar a Flandes de los últimos vínculos feudales con Francia. En la misma sala, protegido por una urna, se exhibe un busto de terracota de un jovencísimo Carlos.

Veinte minutos en tren separan Brujas de Gante, la sorpresa más deslumbrante de la ruta. Obligado dormir aquí para disfrutar del placer de ver caer la noche sobre sus canales y pasearla iluminada dejándose seducir por la magia de su vitalidad nocturna. Para quien acuda aquí rastreando la memoria del emperador, Gante es la ciudad donde empezó todo. Aquí nació Carlos V, parece que por un capricho de su abuelo, Maximiliano de Austria, que había conocido aquí a su futura esposa, María de Borgoña, y se empeñó en trasladar la Corte desde Bruselas para que aquí se produjese el feliz alumbramiento.

Gante, donde nació el emperador, es la sorpresa más deslumbrante de la ruta

Carlos V tiene una estatua en Gante, su figura se yergue en la fachada del Ayuntamiento y su busto adorna la popularmente conocida como Casa de las Cabezas Coronadas, pero los ganteses no guardan precisamente un buen recuerdo de su paisano, a quien no le perdonan que en 1540 sofocase sin clemencia la rebelión por negarse a pagar más impuestos para financiar las interminables campañas de Carlos y terminase con sus privilegios municipales.

Dos de las humillaciones que les infligió en persona todavía perduran. Por un lado, ordenó descolgar la campana del Belfort, la Roeland, símbolo de la autonomía gantesa, y todavía hoy una réplica adorna los jardines aledaños. Por otro, obligó a una comitiva ciudadana, en representación de todos sus estamentos, a procesionar hasta su palacio, vestidos de penitentes, descalzos y con una soga al cuello, como muestra de arrepentimiento.

Los ganteses no olvidan la humillación que les infligió Carlos V al castigar con dureza la rebelión de la ciudad en 1540

Esta última afrenta, lejos de abochornar a los ganteses, les ha conferido a la larga su seña de identidad, no en vano se les conoce como los “stroppendragers” (los que llevan la soga). Y en sus fiestas patronales, los ganteses se ciñen un soga con los colores de la ciudad (blanco y negro) -su particular pañuelo de San Fermín- y adornan la estatua del emperador en Prinsenhof (donada hace unos años por la ciudad de Toledo) con una soga al cuello.

Es precisamente la antigua Corte del Príncipe la que más evoca la figura de Carlos. El último vestigio del palacio donde nació es la Puerta Oscura, donde están esculpidos los nombres de los ajusticiados en la revuelta de 1540. Y caminando unos minutos a la vera del canal sobre el Lieve en dirección al barrio de Patershol, a la sombra del castillo de los condes de Flandes, llegamos al número 6 de Vrouwebroersstraat, un antiguo convento carmelita, reconvertido en sala de exposiciones (Provinciaal Cultuurcentrum Caermersklooster), donde a su madre, la princesa Juana, le dieron las primeras contracciones del parto.

El antiguo convento carmelita donde Juana «la Loca» se puso de parto es ahora una sala de exposiciones

El 24 de febrero de 1500 nació Carlos y fue bautizado en la iglesia de San Juan, hoy catedral de San Bavón, pero ya no se conserva ni la pila bautismal. El tesoro de este templo es otro: la Adoración del Cordero Místico de Van Eyck, orgullo de los ganteses.

En la siempre vibrante Vrijdagmarkt, el «Dulle Griet» presume de 350 tipos de cerveza. En el escaparate, confundida entre la legión de botellas, una jarra con cuatro asas y una leyenda, «Charles Quint». El emperador, muy aficionado a esta bebida, parece que reclamaba cuantas más asas mejor para poder beberla cómodamente al llegar a una posada sin bajarse del caballo.

Malinas, donde sigue en pie el palacio en el que pasó buena parte de su niñez, le recuerda sobre todo con su célebre cerveza Gouden Carolus

Malinas, donde el emperador fue educado por su tía Margarita de Austria, gobernadora de los Países Bajos, desde los siete a los 15 años, es nuestra siguiente parada. De nuevo elegimos el tren, que nos acerca a nuestro destino en sólo una hora. La lluvia aquí se muestra inclemente, pero no nos impide disfrutar de su señorial plaza mayor, Grote Mark, en la que sobresale el actual Ayuntamiento, que durante la niñez de Carlos era la sede de la Lonja de Paños, en cuyo interior se encuentra una chimenea con el escudo del emperador y uno de los doce tapices que mandó tejer para conmemorar la batalla de Túnez (que debe su excelente conservación a que pasó olvidado doscientos años en un desván).

Caminando bajo los soportales, llegamos hasta la iglesia de San Pedro y San Pablo. Pegado al templo está lo que queda en pie del palacio de Margarita de York, la esposa de Carlos el Temerario, bisabuelo del futuro emperador. Parece que fue aquí donde pasó buena parte de su niñez, y no en el palacio renacentista de Margarita de Austria, situado justo enfrente y hoy corte de Justicia, que aún luce el escudo de Carlos V.

En la iglesia de San Gumaro de la pequeña localidad de Lier se casaron la princesa Juana y Felipe «el Hermoso»

Pero la cerveza es quizá la forma más lúdica que tiene Malinas de recordarle. Y lo hace a través de la prestigiosa Gouden Carolus, orgullo de la cervecera Het Anker, en la calle Kranken, que en tiempos del emperador fabricaba una de sus cervezas favoritas, la Mechelsen Bruynen.

A 15 kilómetros de Malinas, en la pequeña localidad de Lier, se casaron los padres de Carlos, Juana de Castilla y Felipe el Hermoso, un 20 de octubre de 1496. Junto al Nete, la antigua Corte de Malinas (Hof van Mechelen) donde los recién casados pasaron su noche de bodas ha sido desde entonces cervecería, fábrica textil y colegio y ya cuenta los meses para reconvertirse, respetando la fachada, en un exclusivo edificio de viviendas de lujo.

La Corte de Malinas, donde Juana y Felipe pasaron su noche de bodas, albergará pronto ocho apartamentos de lujo

A sus espaldas, el puente de Aragón conduce a la iglesia de San Gumaro, donde se produjo el enlace (está cerrada en invierno, pero merece la pena ver sus cinco vidrieras donde figuran tanto el emperador como sus padres y abuelos paternos). Al parecer, en la noche de bodas se agolparon tantos curiosos en los alrededores de la Posada del Abad, el Abtsherberg, un albergue cisterciense donde se celebró el banquete (situada en la misma calle Aragón), que el puente terminó cediendo. Juana, que había llegado a Flandes desde Laredo, pasó tres días en la ciudad y jamás regresó. Pero un año antes de partir hacia España para jurar como rey, un adolescente Carlos visitó Lier en 1516 para conocer el lugar donde se casaron sus padres.

Cuarenta y cinco kilómetros nos separan de Bruselas, última parada de nuestra ruta. En la capital belga sólo quedan restos arqueológicos del palacio que habitó Carlos V, pero un encomiable esfuerzo de la Administración ha hecho posible recorrer, en las entrañas del Palais Royal y la Plaza Real, lo poco que queda del palacio de Coudenberg (que toma el nombre de la colina que domina la ciudad), destruido por un incendio en 1731, la antigua Corte donde el emperador pasó más tiempo que en ningún otro lugar. Del Aula Magna, donde en 1515 juró como nuevo señor de los Países Bajos y donde, medio siglo después, abdicó en su hijo Felipe II, tan sólo se conservan las cocinas y los servicios inferiores, así como sus cuatro chimeneas.

La visita a Coudenberg permite recorrer los escasos restos arqueológicos del antiguo palacio donde vivió Carlos V

Descendiendo por los jardines de Mont des Arts y atravesando la place de l´Albertine llegamos en pocos minutos al tuétano del viejo Bruselas, la Grand Place, donde, pese al bullicio turístico, con un poco de paciencia podemos seguir el rastro del emperador. Justo enfrente del Ayuntamiento, dos estatuas de Carlos y de su abuela María presiden la fachada de la Casa del Rey, antigua Lonja del Pan y hoy Museo de la Ciudad), en agradecimiento por las concesiones otorgadas a este gremio. En la misma plaza, en la fachada de Maison des Ducs de Brabant se suceden, entre columnas doradas, los bustos de los duques de Brabante, entre ellos los de Carlos V y su hijo Felipe II.

Aunque el genuino álbum de familia del emperador se encuentra en la catedral de Santa Gúdula, por cuyas vidrieras desfilan buena parte de sus allegados. Antes de entrar, conviene detenerse en su fachada sur, por la que solía acceder al templo, y buscar el friso de K esculpido en la piedra, que tenía un destinatario inequívoco: Karolus. En este templo se celebraron en 1558, presididos por Felipe II, los funerales del emperador, una procesión fúnebre sin precedentes en la ciudad.

El genuino álbum de familia del emperador se encuentra en las vidrieras de la catedral de Santa Gúdula, en Bruselas

Desde un punto de vista más lúdico, hace unos años que Bruselas celebra por todo lo alto, de mayo a septiembre, el Carolus V Festival, una sucesión de festejos que reivindican la figura del emperador como precursor de la Europa Unida y que tienen su plato fuerte en la conmemoración del Ommegang, el desfile de bienvenida a Carlos V y Felipe II en 1549, que devuelve a la ciudad por unas horas a tiempos del emperador flamenco que reinó sobre Europa.

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