TURISMO / Jacinto Antón, elpais.com.- Entre Samarcanda y Kirguistán, la viajera Patricia Almarcegui (autora de Escuchar Irán y Una viajera por Asia Central) ha sido la penúltima en dar la voz de alarma: algo pasa con la literatura de viajes, que parece en horas bajas. La gente viaja como nunca, es cierto, pero lee menos. Prefieren echar un vistazo rápido a Internet en sus móviles que sumergirse en un libro que los acompañe, solace y oriente en su viaje.

El lector de viaje de butaca —ese que viaja en casa, por persona interpuesta— también se ha retraído. Autores y editores están desconcertados, les es difícil saber qué quiere el lector del género y que voz hay que adoptar. Parafraseando a The Buggles: ¿está acabando el turismo low cost con la literatura de viajes? ¿Queda espacio en un mundo que se empequeñece y trivializa cada vez más para el viaje reflexivo de descubrimiento del otro y de uno mismo, que es lo que ha dado lugar a las obras maestras de la especialidad? ¿Adónde ir? ¿Qué contar?

Es evidente para cualquiera que siga la evolución del género que los años de vacas gordas —es decir, los ochenta y noventa— han pasado. Basta con mirar los estantes en las librerías: se publican menos novedades, se rescatan clásicos con cuentagotas, casi de tapadillo, y son muy pocos esos títulos que acceden, como antes, a la categoría de inolvidables.

La literatura de viajes, que contaba con numerosos sellos propios, se difumina en la literatura generalista, e incluso autores consolidados —de William Dalrymple reconvertido en novelista e historiador (ahora Desperta Ferro Ediciones le publicará El retorno de un rey, sobre la primera guerra anglo-afgana) al español Gabi Martínez, que acaba de publicar en Seix Barral Las defensas, sobre la vida real de un neurólogo— parecen abandonar el género (Leer más)