TURISMO / GASTRONOMÍA / Cristian Vázquez, eldiario.es.- A quienes gustan del vino les ocurre con cierta frecuencia: han abierto una botella y se dan cuenta de que no beberán todo su contenido. ¿Qué hacer con lo que queda? Es sabido que las propiedades del vino comienzan a modificarse nada más quitar el tapón.

Por eso hay una frase popular que afirma «Botella abierta, botella muerta«. Pero está claro que tirar el líquido restante es un desperdicio inadmisible, sobre todo si se trata de un vino de mucha calidad o si queda todavía mucha cantidad en la botella.

Las razones de que el vino se ponga malo después de abierto hay que buscarlas en la química y en la biología. Cuando se retira el corcho el vino entra en contacto con el oxígeno. En pequeñas cantidades este gas es beneficioso, pues ayuda a desarrollar y dar firmeza al sabor, da una mayor amplitud a los aromas y reduce la acidez. De ahí el gesto -típico de los expertos- de remover un poco la copa antes de beber: para que un mayor volumen del líquido, y no solo el que se halla en la superficie, se oxigene.

El problema es que la presencia de oxígeno favorece la acción de unas bacterias que se encargan de convertir el alcohol etílico, presente en el vino, en ácido acético. Así es como, poco a poco, el vino va perdiendo su sabor, aroma y calidad, hasta que acaba por estropearse: se convierte en vinagre. Ese momento en que coloquialmente se dice que el vino «se ha picado«.

¿Cómo evitarlo o, al menos, retrasarlo todo lo posible? A continuación se enumeran cuatro consejos y recomendaciones de los especialistas: Volver a tapar la botella, guardarlo en el frigorífico, en posición vertical y pasar el vino a otra botella es una alternativa (Leer más)